Diego Vecchio

El hombre del tabaco

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El hombre del tabaco

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Un tribunal de Edmonton, en la provincia de Alberta, Canadá, declaró culpable a la Southern Tobacco Company de los cargos imputados por Joshua Lynn, a quien deberá indemnizar con dos millones de dólares. Esta sentencia sienta un precedente sin igual en la historia penal de la literatura, dando esperanzas a miles de escritores fumadores. Joshua Lynn acusó a la fábrica de tabaco de haber provocado daños y perjuicios no solo a su aparato respiratorio sino también y fundamentalmente a su salud artística.

¿La prueba?

Joshua Lynn fue uno de los escritores más célebres de su generación, gracias a un cuento intitulado “Eva”, publicado en la mítica Astounding Mysteries Magazine, a la edad de diecinueve años, cuando era un estudiante de historia de la universidad de Edmonton.

Joshua Lynn escribió el cuento de un tirón, en una noche de insomnio. Por la mañana, en vez de arrojarlo al tacho de basura, siguiendo los consejos de su novia, lo envió por correo a su revista favorita de ciencia ficción. El comité de redacción lo publicó en el número siguiente, sin vacilar.

Se trataba de una vieja idea, pero muy bien explotada, con una vuelta de tuerca que la volvía increíblemente nueva: la máquina para viajar al futuro, inventada por el doctor Curtis, pero que en vez de viajar al futuro, viajaba al pasado o más exactamente a un pasado modificado, por sustracción, división, multiplicación o adición de sus acontecimientos más significativos. Para Joshua Lynn, el tiempo era curvo y la historia no era más que repetición: repetición de una mínima divergencia que hacía que todo el resto fuera diferencia.

En su primera travesía, Timothy Curtis viaja al año 2061 de nuestra era. En vez de ser testigo de una invasión extraterrestre, se encuentra con Adán durmiendo profundamente en el jardín del Edén, como la primera vez. Pero no es la primera vez. El universo acaba de sucumbir en medio de una guerra intergaláctica y a Dios no le ha quedado más remedio que volver a comenzar de cero.

Como si nada hubiera pasado, al primer día distingue la luz y la oscuridad. Al segundo, separa el cielo y la tierra. Al tercero, cubre la tierra con plantas. Y así sucesivamente, hasta que al sexto día, cuando ya no hay brumas y los colores del prisma son puros, no por refinamiento del arte, sino porque la luz muestra las cosas tal como son, Dios crea al hombre, a imagen y semejanza suya. Y también a la mujer.

En vez de sacarle a Adán una costilla, Dios le arranca una uña. Este ínfimo detalle cambia radicalmente el curso de los hechos. En esta segunda versión de la historia de la humanidad, Eva no es una criatura de carne y hueso, propensa a las tentaciones, sino un ser de materia córnea y semitransparente, con las vísceras a la vista, que no deja de crecer varios milímetros por día.

El problema del primer hombre y de la primera mujer ya no es el pecado original, sino un puro problema material: el problema de la forma. Hay que evitar que Eva pierda la forma. Armado con unas toscas herramientas, Adán se la pasa día y noche, limándole los contornos. El primer hombre no es ni guerrero ni cazador ni agricultor sino manicuro. La tarea es, como pueden imaginarse, sumamente ingrata. Basta con equivocarse un milímetro para que Eva empiece a crecer en cualquier dirección, transformándose al cabo de un tiempo en cualquier cosa: una gallina de Guinea, un baobab o una locomotora con pijama. Para resolver semejante dificultad, Timothy Curtis le hace descubrir a Adán los beneficios de la tijera y el alicate: el cristianismo se vuelve un hecho históricamente innecesario.

La revista recibió una avalancha de cartas de lectores. “Es el cuento más original y divertido de los últimos tiempos”, escribió Burt F. de Athabasca. “Simplemente inolvidable” afirmó Samantha K. de Yorkton. “Hasta el malhumorado Dios del Antiguo Testamento se hubiera reído con una carcajada que hubiera hecho temblar el Universo”, aseguró el reverendo O. de Labrador City.

Era indudable: había nacido un nuevo talento. Gracias a Joshua Lynn, la Astounding Mysteries Magazine agotó su tirada de cinco mil ejemplares. El comité de redacción decidió contratar a Joshua Lynn como colaborador permanente, pagándole una fortuna. Abandonando a su novia y a su Edmonton natal, Joshua Lynn se instaló en Toronto. De la noche a la mañana, se había convertido en una celebridad.

Este éxito rotundo le impuso a Joshua Lynn ciertas obligaciones, como por ejemplo, una vida mundana. Y esta vida mundana le impuso, a su vez, otras obligaciones, como por ejemplo, el imperativo de fumar. El tabaco le daba una pose. ¿Acaso qué era, en aquella época, para nosotros afortunadamente lejana, el retrato de un hombre de letras sin un cigarrillo, un habano o una pipa entre los labios, ligeramente de costado, en frágil equilibrio?

Sin ser consciente del peligro a que se exponía, Joshua Lynn empezó a fumar. Primero diez, luego veinte y, muy pronto, treinta cigarrillos por día: cigarrillos armados con un delicioso tabaco de Virginia, color ámbar. Lo que no dejó de afectar, como era lógico, a su prosa. Cuando el comité de redacción de la revista le encargó un segundo relato, Joshua Lynn se puso a escribir una novela de anticipación, que apareció en veinte entregas semanales, retomando al mismo personaje: el doctor Curtis. A imagen y semejanza de su autor, el doctor Curtis era un personaje fumador, que consumía un promedio de cinco pipas por episodio. La nicotina es una adicción poderosa. Dejar de fumar resulta a veces muy difícil.

En esta primera novela, Timothy Curtis viaja al año 4443 de nuestra era, al antiguo Egipto, el día de la ascensión al trono de Akenatón. Mientras arma una de sus pipas, a Timothy Curtis se le cae por descuido una hebra de tabaco holandés cerca de las orillas del Nilo. Unos días más tarde, aparece una planta de aspecto fétido y repugnante, hasta entonces desconocida por los egipcios: la Nicotiana Tabacum. Un tiempo más tarde, siguiendo el ejemplo de Timothy Curtis, Akenatón y su esposa Nefertiti se ponen a fumar tabaco de hebra larga, sin prensar.

En vez de expulsar a los dioses del Antiguo Egipto, difundiendo la herejía de Amón, dios del sol, Akenatón impone a su pueblo el consumo de cigarrillos. Este nuevo vicio produce una verdadera revolución política, económica, social, teológica y artística. En vez de afanarse en la construcción de pirámides, que serán la admiración de Heródoto, Napoleón y Hegel, los egipcios se ponen a construir fábricas tabacaleras. Las tumbas de los faraones están repletas, no de tesoros, sino de habanos. ¿Acaso un habano no es una momia de tabaco?

Nuevamente la revista recibió una avalancha de cartas de lectores. “El retrato de Nefertiti, con un cigarro entre los labios, me parece diez veces más hermoso que el busto que vi este último verano en el Ägyptisches Museum de Berlín” aseguró Ralph R., de Prince Albert. “Extraordinaria. Aún tengo la carne de gallina” escribió Chloé K. de Vancouver. “Simplemente estupenda”, afirmó Andrew V. de Winisk.

Un editor se interesó en la publicación de Akenatón. Pero Joshua Lynn prefirió el formato pulp. Además de tener una relación más íntima con los lectores, ganaba quince veces más. Gracias a las aventuras de Timothy Curtis, la revista lograba vender más de diez mil ejemplares por número, lo que por aquel entonces era una cifra exorbitante. A Joshua Lynn le correspondía el 30% de las ganancias. Si hubiera pasado por un editor, hubiera ganado un famélico 10%.

Apuesto, célebre y fumador, Joshua Lynn se volvió también rico y contrajo nupcias con una millonaria, también bella y elegantemente fumadora, que aspiraba veinte cigarrillos por día, a través de una boquilla de platino.

Reconfortado por el éxito social, sentimental y profesional, Joshua Lynn se puso a escribir una segunda novela, retomando un argumento que ya era un clásico. Timothy Curtis viaja a la Roma imperial del año 6298, llevando consigo algunas armas de fuego que le permitirán al imperio romano resistir a las invasiones bárbaras. Su objetivo es evitar la caída del imperio romano de Occidente y los siglos de interminables tinieblas que le suceden.

Ahora bien, cuando llega a Roma, se encuentra con una ciudad envuelta en una niebla espesa, a pesar de ser pleno verano. No se trata de un fenómeno meteorológico excepcional, sino de un cambio fundamental en las costumbres de la humanidad en virtud de la modificación introducida en el Antiguo Egipto de su novela anterior. Bajo la influencia de los egipcios, todas las civilizaciones de la cuenca mediterránea se han puesto a fumar. Tan prácticos en todo, los romanos han sabido aprovechar al máximo los beneficios del tabaco.

En vez de un imperio exangüe y dividido, gobernado por Rómulo Augústulo, el último y patético emperador, un pueblo embrutecido por el circo y las costumbres licenciosas, un ejército indisciplinado y mal pagado, Timothy Curtis tiene el agrado de descubrir, caminando por la calle, el Coliseo restaurado, transformado en un gran cenicero, lleno de colillas. Gracias al tabaco, Roma puede soportar las invasiones bárbaras, de manera mucho más relajada, disfrutando plenamente de cada uno de sus instantes.

Una nueva avalancha de cartas de felicitación y admiración invadió el buzón de la Astounding Mysteries Magazine. Pero entre estos cientos de cartas, llegó una cuyo remitente era un tal Cliff Clayton, médico de Prince George, Columbia Británica. La redacción de la revista la publicó, para lanzar una polémica que supuestamente haría aumentar el número de ventas, sin medir las consecuencias. Basta con un hecho insignificante para derribar un imperio o un autor en la cima de la celebridad.

El doctor Clayton pedía que lo dieran de baja inmediatamente como suscriptor. Estaba indignado de que su revista preferida publicara semejante porquería, haciendo la publicidad de un veneno. En realidad, lo que más le molestaba al doctor Clayton era que Joshua Lynn hubiera cometido un error imperdonable en materia histórico-científica. Si la humanidad hubiera comenzado a fumar en la Antigüedad, se hubiera extinguido irremediablemente antes de llegar a la Edad Media. Según recientes estudios epidemiológicos, los fumadores suelen padecer cien veces más de bronquitis, neumonías, insuficiencia cardíaca, hipertensión arterial, úlcera, impotencia, abortos que los no fumadores. Y esto no es lo peor. Está demostrado que el consumo de tabaco aumenta considerablemente el riesgo de cáncer de pulmón, esófago, faringe, laringe, úvula. Incluso de estómago, duodeno, vejiga. Expuesta a tantos achaques, ninguna civilización de la Antigüedad, por avanzados que estuvieran sus conocimientos médicos gracias al embalsamamiento, podría haber llegado a subsistir más de dos siglos.

Al número siguiente, la revista perdió la mitad de sus lectores. Como esta pérdida provocó a la revista serias dificultades financieras, el director decidió prescindir de los servicios de Joshua Lynn. En su lugar, contrataron a un joven talentoso, sí, pero esencialmente no fumador, que escribía una ciencia ficción sin aditivos ni estimulantes. La mujer de Joshua Lynn dejó de fumar y pidió el divorcio.

Joshua Lynn no se dio por vencido e intentó ganar al público perdido, escribiendo una nueva novela. Y también intentó calmar un catarro que no lo dejaba en paz ni de noche ni de día, con unas pastillas mentoladas. El cigarrillo contiene sustancias irritantes que destruyen las cilias bronquiales cuya función es remover el polvo del aire aspirado. Sin cilias bronquiales, los pulmones se van cubriendo de hollín y alquitrán, como una chimenea. Quien fuma un paquete de cigarrillos por día inhala unos 840 cm3 de alquitrán por año. Para dejar de toser, simplemente tendría que haber dejado de fumar. Pero no fue el caso. A veces lo más simple es lo más complicado. La nicotina es una adicción poderosa. Dejar de fumar resulta a veces muy difícil. No dude en buscar ayuda y pedir consejo a un especialista.

Joshua Lynn puso el tabaco en su lugar, esto es, en las mesetas de América Central e hizo viajar a Timothy Curtis a la España de los Reyes Católicos del año 7355. Su objetivo es impedir que Colón descubra América. Sin descubrimiento de América, no habrá descubrimiento del tabaco y sin descubrimiento del tabaco en los comienzos de esta segunda Edad Moderna, no habrá contagio de una costumbre tan mortífera.

Timothy Curtis se embarca en una de las tres carabelas como timonel. Ahora bien, cuando las embarcaciones se alejan unas cuantas millas de las islas Canarias y se encuentran en medio del Atlántico, Timothy Curtis cambia abruptamente de rumbo, virando a estribor unos 90º. En vez de llegar a una isla tropical, la expedición de Colón encalla en una isla ártica, a la que bautizan Groenlandia. En vez de indios fumadores, Rodrigo de Jerez y Luís de la Torre encuentran géiseres. Profundamente decepcionada por el aspecto inhóspito de la tierra que acaban de descubrir, la tripulación le pide a Colón que dé marcha atrás. El Almirante intenta convencer a sus hombres de que sigan adelante, puesto que pronto descubrirán unas islas muy fértiles, con ríos cristalinos y árboles altos y floridos, con frutos deliciosos y refrescantes y ruiseñores saltando y trinando de rama en rama que es una maravilla de ver y de oír. Pero este discurso, pronunciado en medio de una tormenta de nieve no resulta nada convincente. A Colón no le queda más remedio que aceptar el retorno a Europa con las manos vacías. Este fracaso mina su estado anímico. Profundamente deprimido, el Almirante se suicida. Su cuerpo es arrojado al Atlántico y desaparece, devorado por los tiburones.

Joshua Lynn envió el manuscrito a varias revistas. Pero ningún comité de redacción quiso publicar semejante historia. Le dijeron: “De nada sirven las buenas intenciones si no van acompañadas de buenas acciones”. En lugar de seguir escribiendo, hubiera sido mejor que dejara de fumar definitivamente.

Sin darse por vencido, mandó el manuscrito a varias editoriales. Aunque reconocían en esta novela su talento inconfundible, le dijeron que no era posible publicarlo. En cada página y en cada línea, había un pestilencial aliento a tabaco, mal disimulado. Los lectores no podrían dejar de sentirse un solo instante pingüinos, chapoteando en un pantano de alquitrán. Seguramente algún personaje fumaba a escondidas.

Su carrera estaba arruinada, definitivamente arruinada. Así fue como aquel que, a los diecinueve años, con su primer cuento, había alcanzado la cima de la celebridad, algunos años después, sin haber llegado a los cuarenta, se había transformado en una colilla de piel y huesos. A Joshua Lynn, no le quedó más remedio que abrir fuego contra la fábrica de tabaco que durante tantos años le había estado administrando su dosis de veneno.

Incitado por su abogado defensor, intentó dejar de fumar de una vez por todas y para siempre, utilizando el parche de nicotina, que ha dado resultados positivos en más del 65% de los casos. Pero el parche no dio los resultados esperados. La nicotina es una adicción poderosa. Dejar de fumar resulta a veces muy difícil. No dude en buscar ayuda y pedir consejo a un especialista.

Beba muchos líquidos, en especial agua. Tome té y jugos de fruta, limitando el consumo de café y alcohol, que pueden aumentar su deseo de fumar. Evite el azúcar y las comidas ricas en calorías. Muchos fumadores temen engordar al dejar el cigarrillo. Esto puede ocurrir. Pero tenga en cuenta que la obesidad es mucho menos cancerígena que la adicción a la nicotina.

Para evitar el sobrepeso, haga ejercicios regularmente. Camine, corra, riegue el jardín. Dedíquese a los trabajos manuales, como bordar, escribir cartas, resolver crucigramas, lavar el automóvil. Mantenga a mano algunos sustitutos morfológicos o psicológicos del cigarrillo, como zanahorias, tallos de apio, semillas de girasol, uvas secas, goma de mascar sin azúcar.

Si hay una recaída, no se desaliente.

 


 

*© Diego Vecchio, c/o Schavelzon Graham Agencia Literaria.

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